"Haití, una nación golpeada por el dolor."

No existe palabras para describir lo que ha acontecido a Haití, no hay una forma, por lo menos humana, que nos pueda ayudar a entender el por qué una nación que ya se encontraba en condiciones infrahumanas, golpee ahora nuestras vidas para dejar nuestras conciencias, sin alternativas más que las de una enorme consternación, una nebulosa imposible de descorrer, aunque nos encontremos fuertemente armados como para resistir el embate de cualquier enemigo que nos aceche, aunque nos aferremos a todo lo que tenemos, nada puede contra un dolor que apenas comenzada la tragedia, nos impulsa a repensar la vida que hemos elegido como patrón de conducta, para nuestras familias, para los que vienen con el impulso de la propia vida que se nos ha legado, en fin, la vida de todos aquellos que nos rodean y que forman parte de nuestras existencias, la tragedia es demasiado profunda como para dejarla pasar y hacer como que si nada hubiese ocurrido, porque


Sin duda que estamos frente a algo que nos ha de hacer meditar mucho, y no sólo meditar, ya vendrán las oportunidades para que nuestros actos puedan ser capitalizados de tal forma que nuestros afectos y sentimientos, puedan convertirse en ayuda directa hacia nuestros hermanos haitianos que lo han perdido, prácticamente todo, sin embargo, lo que seguramente no ha de terminar con las razones que mantienen a ese solo país en las circunstancias en que estaba hasta antes de la tragedia, que ya era una enorme tragedia humanitaria, es la incapacidad que tenemos los seres humanos para dimensionar el dolor de nuestro prójimo, pareciera ser que si no ocurría semejante tragedia, muchos de nosotros seguiríamos ignorando el profundo drama que desde hace tanto tiempo se encuentra devastando a esa sola nación, y ello ocurre no sólo porque hoy día poco nos importa el dolor de los demás, sino, porque la filosofía del individualismo y el materialismo, establecido como una dictadura en

Es decir, la tragedia que nos ofrece nuestra propia realidad, no está lejos de constituirse en una hecatombe, por sus dimensiones morales, por su enorme conflicto ético, los políticos y desertores nos han ignorado como ciudadanos comunes, sólo se interesan en nuestro voto, nuestras necesidades ni siquiera constituyen una causa para emprender una campaña digna de valores, digna de propósitos que afronten y vayan en directo beneficio de nosotros, los que debemos pagar a diario por nuestra tranquilidad, los que soñamos con un mundo mejor, tal vez sumidos en una inocencia casi infantil, pero inocencia al fin que no todos comprenden, porque la noche se aproxima, porque los días malos no van a retroceder porque la derecha o quién sea gane las elecciones este Domingo, en un momento a otro, la fuerza de la misma naturaleza que golpeó a Haití, golpeará nuestro territorio, una vez más, hasta que los malditos sean arrancados de la faz de la tierra, y de una vez por todas, los bienaventurados sean los herederos de este mundo que siempre pudo ser un poquito mejor, si hubiésemos pensado tal vez, en nuestro prójimo, en nuestros vecinos, en esa anciana que debe sufrir con los trastornos que provocan estos dictadores de las tinieblas con toda su cultura y sus ruidos infernales.

Haití nos habla del dolor más elocuente, de la muerte que tiene miles de nombres esparcidos como hojas sobre la lápida de la tierra. La columna de cadáveres es interminable, todos sabemos cuándo y dónde comenzó, pero nunca sabremos dónde termina, la muerte es demasiado impredecible como para saber dónde golpeará y de que modo lo hará, lo único seguro en este instante, es que ella volverá, desde cuando supimos de la tragedia, desde mucho antes, aunque no nos guste hablar de ella, aunque el cielo que nos cobije y hogar que nos proteja, parezca inexpugnable, la muerte nos viene acorralando y en algún momento nos habrá de alcanzar.
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