La naturaleza no miente, Dios la hizo así.
Cuando no tenemos ningún tipo de escapatoria a la realidad que nos impone el sistema de vida, y cuando agregamos a ello las enormes demandas que nos hace Dios, es decir, no las que se relacionan con parecer o querer ser sino las que tienen que ver con el ser, nos vemos enfrentados a nuestras grandes y casi perpétuas limitaciones, es que estamos llenos de ellas, es cierto, estamos en un camino de perfección sin embargo la forma de vida que estamos viviendo, no nos deja ausentes de nada de lo que acontece en el mundo, ningún elemento queda excluído a la hora de ser honestos con Dios y con nosotros mismos, aún así, los hipócritas de siempre, disfrazados de piel de oveja pero que por dentro son lobos rapaces, no escatiman en esfuerzos para condecender con ese espíritu religioso tan propio de los engominados y lustrosos predicadores que, disfrazados de cuello y corbata, parecieran estarnos diciendo que esa es la mejor forma de entender y de vivir a Dios en nuestras vidas.
Sin embargo, acerca de la miseria mucho se ha escrito, los miserables están por todas partes, somos expertos en cubrir las propias con ropa elegante, con peinados refinados, con actitudes en las que claramente damos a conocer que nosotros no somos partícipes de esos pecados por lo cuales hemos mandado al mundo entero al infierno no sé cuantas veces, nos ponemos del lado de los que apedréan, porque es más fácil, porque en esta circunstancia pesan menos o pasan inadvertidos nuestros miserables sentimientos que nos hunden en cuestiones diarias que en la noche, cuando ya la oscuridad se hace enorme, vienen hacia nosotros, como fantasmas, como sombras en la oscuridad, ahuyentando el sueño en el que pretendíamos olvidar aquellas pequeñeces casi imperceptibles a nuestro yo parapetado en el orgullo.
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