Monday, February 18, 2008

Los redimidos que no redimen.










Al colmo, hoy día ha sido un día sólo de dolor en mi cuerpo. Mis manos se han endurecido y mis articulaciones inflamado, y aún así, siguen aumentando en rigor las palabras, no hay un miserable momento en esta realidad en que pueda detenerme para aullar mi desencanto, para pedir auxilio. Camino en medio de la muchedumbre y no consigo detenerme para mesurar en algo el descontento, la fatiga de las horas se tornan lúgubres, pero tengo la certeza de que pronto pasará, como toda esta miserable indiferencia, esta plácida pero esquelética realidad de imágenes, de contornos y perfiles que deambulan junto a mi para desarmarme, para desestructurar una vez más lo que tanto nos cuesta construir, lo que nos insomnia por las noches y nos hace soñar con mejores atardeceres, con mejores y mayores despertares.

Pero en medio de este gran bullicio contaminante, consigo también despertarme, exiliarme al fin y por un momento, de toda la burgues y pálida costumbre de los sátrapas, de los que no consideran el dolor de los demás como necesario para desarmar todas y cada una de nuestras estructuras y dejarnos desnudos, despoblados de vanidades y somnolencias espirituales, absurdas en sus métodos eclesiáles y pristinos, pero ahogadas de pavor en sus vientres maldecidos por la lluvia, por el acido que cae a modo de llovízna callejera y que la luz de los imperios estelares nunca llega a suavizarlas.

El Redentor se ofrece, ofrece sus carnes, sus manos, sus ojos, sus oídos, sus piernas, todo su ser, no considera pérdida su oferta, conoce la paz de los celestes hemisferios inifitos. Calla entonces, enmudece, lo laceran, luego lo cruxcifican, exhausto exhala desde sus más hondo sentido de la piedad, aún lacerado, aún desarmado, desprovisto de defensas: "... perdónalos Padre, porque no saben lo que hacen." Luego yace, cae, enmudece de un silencio atroz, como una puñalada envestida desde las sombras el latido de su sangre se paraliza, se congela. Su cuerpo de células espectrales desintegrado se pulveriza con la noche, con los potentes rayos de las tormentas quebradizas, allí la piel ya no objeta, el Redentor no ofrece ningún tipo de obstáculos, la luna ha desaparecido con todo su resplandor, las sinietras siluetas de los hombres dispersas agonizan sobre las congeladas miradas de los que aún permanecen, estupefactos, adoloridos, asombrados.

Y ahora, en el hoy, disperso y fragmentado de esquinas, ahogado de letreros que anuncian de todo y de nada, de un ir y venir de las almas que nunca acaba, ¿qué ofrece el cristianismo? ¿cuál es su muerte? ¿qué tipo de redención ofrece? ¿con qué precio? ¿con que tipo de dolor pretenderá ahogar la sed de las almas desencantadas? El Redentor todo lo ofreció, pero el cristianismo ¿qué ofrece en esta jornada de dulces placeres espirituales? ¿que dicen las letras de sus cantos para los que no tienen futuro ni presente? ¿para los que han quedado detenidos en algún lugar de este camino?

Seguiremos retornando y avanzando entonces, el discurso aún no termina, la luz del cruxcificado sigue alumbrando las conciencias de unos pocos que aún proceden al arrepentimiento. Las pupilas de los ojos encendidos se hayan inmunes al estallido de la indiferencia, he dormido a sobresaltos pero no me he desavanecido en ilusiones. En el pentagrama de las realidades pretéritas, la fuerza de la Palabra emerge con obstinadas y persistentes formas, nada impedirá que el hielo de las voces elementales me detenga, me aprisonen, he dicho que la voz del alma no tiene sonidos ni formas cuando la verdad, enlutada de la vida del cruxcificado, permanece, sólo porque Él lo ha dicho, sólo porque en sin Él, nada, absolutamente nada somos.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home