Monday, March 24, 2008

La Caridad de un Cristo conmovido.

Hubo un tiempo cuando La Iglesia, la de los que se reunían en torno al Nombre de Jesús, era un Hospital. Si, se trataba de un espacio en donde las dolencias del alma y del cuerpo eran tratadas por el Espíritu Santo a través de los seguidores de Jesús, esto mismo hizo que el cristianismo fuese teniendo el peso y la importancia que llegó a tener en medio de una realidad en donde todo lo que concernía al tema de Dios y de las profecías, se relacionaba puramente con el aspecto político del establecimiento del Mesías.
De este modo, La Iglesia de Cristo, al contrario de las sectas judías, enarboló un distintivo que vino a caracterizarla y a diferenciarla de todos y de todo, y que partió centrando toda su atención en las dificultades y problemas del hombre para acercarse a Dios, y de cómo este mismo Dios, encarnándose en La Persona de Cristo, logra zafarse de su propia naturaleza divina y asumir una condición humana en el más real y crudo de los sentidos. Es decir, a diferencia de los griegos, que hacían a los hombres dioses, y daban a los objetos características divinas o “panteístas”, en Cristo, Dios se humaniza, y trae las respuestas que los griegos no pudieron contestar, como por ejemplo:

¿Qué es la verdad?

¿Qué es el alma?

¿Es inmortal el alma?

Y así, una sucesiva y enorme montaña de preguntas que la filosofía griega logró tocar sólo, periféricamente en sus respuestas, pero que, por su honesta búsqueda e interés reflexivo, pareciera que el Señor Jesucristo dedicó gran parte de su tiempo a responder. Pero no todo fue o tuvo características filosóficas, el tratamiento que Jesús, el Señor, dio al alma, no parece estar tan alejado o distante del interés que Él puso en sus enseñanzas al aspecto del cuerpo y sus necesidades, sus seguidores así lo entendieron y así lo practicaron, no había manera de separar la necesidad del alma con la del cuerpo. El libro de los hechos relata en forma aclaratoria y perentoria, algo que hoy día simplemente, o se ha usado para engañar a las personas o para lograr con ello acumular bienes materiales, es la sanidad.

Cuando tenemos la oportunidad de leer el libro de Los hechos de los Apóstoles, escrito por aquél médico amado de Pablo Apóstol, pareciera que su interés, en primer lugar, está centrado en la realidad de un Reino que, a pesar de encontrarse manifestado en una primera etapa en su aspecto espiritual, no dejará huérfano a quién acceda libremente a ir en procura de una sanidad milagrosa, cuando ese alguien recurra a esta comunidad de creyentes en cierne. Esta característica tan propia de aquellos seguidores de las enseñanzas de Jesús pues, no sólo irá en beneficio de aquellos que, por su condición social y económica, y hasta cultural, no tenían dentro del sistema imperante, absolutamente ninguna posibilidad de ser tratados en sus más íntimas y constantes dolencias, por el contrario, eran tratados como objetos, y en la realidad cotidiana, se les estigmatizaba por no poseer un cuerpo sano. De este modo, la carga emocional, espiritual y sicológica que ellos debían sobrellevar, era totalmente abrumadora, la segregación social y cultural a que eran expuestos, les impedía en tanto, tener acceso a los logros y beneficios que las castas sacerdotales y sociales disfrutaban, no era extraño entonces que un cojo fuese puesto a la salida de un templo, tampoco que a un ciego o a algún enfermo de alguna dolencia como la epilepsia, se le relacionara con demonios. Por ello es que el libro de Los Hechos tiene la importancia que tiene, luego, los propios Apóstoles de Cristo beneficiarían con estos dones a un sinnúmero de personas que padecían de dolencias incurables o intratables, se trataba de una característica, de una señal, un Apóstol de Cristo debía ser capaz de sanar a otro ser humano en el Nombre de Jesús, y ello, como consecuencia traería el convertimiento y el crecimiento cuantitativo de una realidad que se inicia casi de manera sectaria, para llegar a convertirse en una fuerza que pondrá de rodillas a todo un Imperio, como fue el Imperio Romano.

Pero al parecer, esta característica tan propia de los primeros cristianos, fue desapareciendo, dando lugar a otros aspectos que si bien son importantes, nunca más que el dolor humano, al cual, como dije antes, Jesús dio una importancia cabal. “No podemos amar a Dios, a quien no vemos, y no amar al prójimo, al que tenemos a nuestro lado”. Con un mensaje así, quedaba muy claro la ética con la cual la sanidad era aplicada a las personas que la necesitaban, no era para obtener ganancias, de ningún tipo, el prójimo, como imagen de Dios, creado a la misma imagen de Dios que nosotros, merecía y necesitaba aspirar a algo mayor que esa terrible estigmatización a que estaban expuestos de mano de las castas religiosas imperantes.

La conmoción de Jesús frente al dolor de las multitudes era algo evidente, cansado Él debía retirase para descansar y recuperar fuerzas debido a las largas jornadas de sanidad a que debía asistir diariamente en su peregrinaje por las aldeas de la vieja Palestina. No había necesidad de buscar, los enfermos corrían a Él, salían a su camino, sabían que en Él estaba la única oportunidad de alcanzar un verdadero milagro, y que por el, no tendrían necesidad de pagar un centavo. En su mundo interior, el Señor debió haber reflexionado en la condición humana, en el dolor que provoca la enfermad en los cuerpos, en las segregaciones sociales por causa de una muleta, por una ceguera, por la amputación de alguna parte del cuerpo, todo iba a parar a la conciencia del Señor y por lo tanto, el peso de aquella reflexión lo distanciaba cada día un poco más de los hombres a los que tanto amaba. Sin embargo, y a pesar de su condición de soledad interior profunda, no renunció a su vocación, ni tampoco a la que le impulsó a perdonar y a amar a los hombres hasta la muerte, estaba claro, Él no iba a negar a nadie una palabra ni menos un toque de su amor en la forma de un milagro, su corazón, henchido de caridad, había sucumbido frente a tal condición humana, el dolor por tanto debía ser tratado, esa fue su mayor aspiración cuando enseñó acerca del Reino y de su preocupación por los más desvalidos, más aún en un mundo en donde las enfermedades terminaban con la vida de las personas casi en el umbral de su juventud. Jesús entonces, ha establecido a través de Su Evangelio, que la dignificación del ser humano parte, desde la caridad aplicada al hombre cuando éste padece corporalmente o espiritualmente alguno de estos males, hasta su total reinserción en la sociedad desde la realidad del Reino, y en tales circunstancias, los segregados y desposeídos ocupaban un lugar de privilegio en su mensaje y propuesta.

Su Ética entonces está basada en el amor, en la caridad, el dolor humano no puede esperar, Él habría podido en unos cuantos meses predicar su mensaje sin necesidad de hacer un solo milagro, y no haber gastado tanto de su tiempo y de su vida en los problemas ocasionados por la enfermedad en las personas, y aún así, nos habrá favorecido, no obstante, su mayor y más grande enseñanza radica precisamente, en la fragilidad de su ser para comprender el costo y el significado del dolor en el ser humano, y del tiempo que Él se tomó para estar con los enfermos y desde allí, enriquecernos con sus enseñanzas. Ese es quizás su mayor mensaje, lo demás a lo mejor, lo tenemos más que claro, pero no podemos obviar algo tan inmenso de Su Persona y de su proceder, si los Evangelios han de servirnos para algo, ese algo en una expresión casi celestial, nos habla en el día de hoy, de la extinción de una forma de fe que tuvo como base en su origen, la dignificación del hombre inmerso en su dolor, por ello, no es extraño que en una de sus más potentes enseñanzas, Él tenga que recurrir a esa condición que provocó tanta conmoción en sus entrañas cuando fue testigo de cuadros realmente conmovedores, como aquél enfermo que fue bajado desde un techo para llamar la atención del Señor y así poder ser alcanzado por una de sus extraordinarias sanidades:

- ¡Estuve enfermo! ¿Me visitasteis?

Es que ni siquiera pregunta si al ir donde un enfermo, la sanidad es lo más importante, no, Él está tan lleno de compasión y misericordia que puede entender la compasión desde el propio dolor humano, entonces, la visitación en su concepción más espiritual posible, se constituye en una demostración del carácter sanador de la fe cristiana. Es que el alma y el Espíritu del que padece una enfermedad, se va quebrantando con la misma velocidad con que se quiebra la salud física, y por lo tanto, la conmoción y compasión por el que padece tal circunstancia, permite que la caridad cristiana pueda ser ejercida dentro de un contexto propio de un Evangelio que nos dejó, como máxima de vida, el que la enfermedad en los seres humanos, debe ser tratada en forma especial y con gran humildad, por parte de quienes han recibido este profundo y genuino llamamiento por parte de Dios.

Entonces, cuando se habla de que nuestro mundo está lleno de esoterismo, de espiritistas ofreciendo por pocos o muchos dólares una sanidad que la gente ni siquiera sabe de donde proviene, es claro que la respuesta se debe a que en algún momento, en alguna estación de la vida, La verdadera Iglesia de Cristo fue sobornada para obviar un Ministerio tan enorme como el de sanar a quienes padecen grandes enfermedades. Recuerde, “La Iglesia partió siendo un Hospital.” En esta ocasión no voy a referirme a esos seudo-ministros que, amparándose tal vez en la compasión y obra divina, lucran con una bendición tan necesaria en el día de hoy como es el de poseer el don de sanidad, no, quisiera ser capaz de elevarme por sobre todas estas mediocridades a las cuales estoy acostumbrado a combatir, para poder ofrecer, humildemente a todos quienes diariamente recurren a este espacio, otra expectativa que nos haga reflexionar en el valor e importancia de nuestro propio cristianismo, y en especial, de las cosas que tal vez, en un momento de nuestras vidas, dejamos de hacer, pensando que con ello favoreceríamos nuestra propia condición espiritual. Por ello mismo he ofrecido mi dolor en forma de reflexión constante, recurrente, casi en el tedio, es que mi enfermedad me ha ayudado a comprender que la gran deficiencia de nuestro cristianismo actual se encuentra, precisamente, en este aspecto casi extinto ya de nuestra realidad espiritual. Falta hace que nuestro cristianismo pueda volverse al mismo dolor por el cual el Señor se conmovió, y por el que además, detuvo su vida en las personas y contribuyó a la dignificación del ser humano en su carácter más humano posible.

Hoy, que estamos absortos en la materia, que caemos a diario en los mismos tentáculos de un sistema que se ha vuelto repetitivo y procáz, Dios nos está poniendo por delante un desafío inmenso en el cual podemos, como responsables de la situación espiritual de La Iglesia de Cristo no Institucionalizada, redimir en parte los pecados en los cuales todos, de una u otra forma, hemos cometido a modo de personas comunes, para evadir esta enorme plomada espiritual que no queremos considerar ni menos reflexionar. Hoy, que el dolor humano a través de doctrinas demoníacas como La Prosperidad y el Gozo sin sentido, es visto como pecaminoso o maldición, los encargados de poner las cosas en su lugar son los propios seguidores de Jesús. La Palabra de Dios nos respalda en todo su valioso contenido, no dice que los primeros cristianos tenían templos o que hacían grandes ofrendas cuando se reunían para construir uno de ellos, y de esta sola forma servir al Señor, La Biblia es clara al respecto, contradice el espíritu carroñero de los Ministros actuales, no obstante, nos habla de un tiempo en donde la cristiandad, si bien no tenía templos como ahora, sí poseía un carácter, un sentir que no sólo afectaba a aquella comunidad sino que además, de manera milagrosa, el acontecer de una comunidad. Pregunto, ¿de cuándo que nuestro cristianismo dejó de afectar a la comunidad? ¿De cuándo que nuestro cristianismo se volvió templista y abandonó su actitud itinerante o nómade? Tal vez no sean grandes interrogantes para cristianos tan ilustrados como los actuales, pero visto a través del dolor y de la enorme necesidad de la sanidad que existe en este tiempo, tal vez en ellas se encuentren las razones de por qué los primeros cristianos fueron capaces, en ese tiempo, de bendecir y de afectar a sus respectivas comunidades, y por ese camino, de ganarse un lugar en el corazón de todos quienes recibieron el bien de la sanidad, de manos de hombres como un Pedro, un Andrés y tantos otros que siguieron y practicaron las verdaderas enseñanzas del Carpintero de Galilea.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home