Saturday, January 17, 2009

El resultado de la indiferencia.


















¿Cómo escribir algo acerca del conflicto entre Israel y Palestina y no derramar una sola lágrima? ¿Cómo obviar el dolor de tantos y tantos seres humanos y seguir viviendo como si nada hubiese pasado? Todas las imágenes son constantes, insacables de tu al alma, te vas a la cama con ellas, sueñas con ellas, y luego te despiertas al otro día para decir, ¿hasta cuándo? ¿Quién tiene la razón?

Siento que mi alma se atraganta y quisiera echarme a llorar, de modo que por un momento, tan solo por un momento, todas esas tristes y lamentables imágenes, nos dieran la posibilidad de detenernos y permitirnos por esta vez, respirar un poco de aire puro, sin tener que retornar nuevamente a la desdicha de las almas, a la de los cuerpos amputados por el odio, un odio atroz que no permite a seres humanos inocentes, vivir la vida como uno quisiera, con esperanzas, con juegos, con sueños, con espacio para desarrollar aquello que el alma guarda en silencio, un silencio que no sabemos hasta cuando durará, sólo el sonido de la guerra, sólo el impacto de las balas y de los proyectiles, allí permanece estancada la vida humana, allí se ocultan las miradas y se adormecen por largos siglos de historia las añoranzas. En esta nueva tempestad de rencores y violencia, el dolor se agudiza aún más, como el antiguo dolor de una herida que nunca sana y por la cual, se nos inyecta de continúo, filosas y escalofriantes formaciones de cristales, allí, lentamente, cada trozo va tomando su lugar dentro de este consternado pero siempre añorado mundo, hasta cuando ya no quede nadie indiferente, hasta cuando las ventanas del alma de los hombres se hallen totalmente cansadas y abatidas, sólo allí la batalla ha de concluir, pero antes, jamás.

El día sin embargo, nos obliga a mantenernos lúcidos y observantes, mientras tanto, allá, a lo lejos, un pueblo, una nación, un enorme grupo de personas son sacudidas como el viento sacude al polvo y nadie, absolutamente nadie hace nada para evitarlo, y pienso, ¿tan poco valen las vidas de los Palestinos asesinados? ¿Quién determina el precio de las almas en este mundo? Yo me quedo por un momento detrás de un silencio atónito y expectante, sin poder esbozar mis oraciones, sin poder articular si quiera una mísera plegaria, algo que pueda ayudar en parte a detener el fuego destructor de los cañones, de los misiles lanzados desde lugares estratégicamente elegidos en donde las personas caminan y comparten como si la vida fuese a durar, toda la vida. Pero el día aún no culmina, las voces de los niños y de las madres desangrándose se oyen detrás de aquella puerta, tal como si la tragedia estuviese golpeando a mis oídos, tal como si unos de esos endemoniados misiles fuese a caer justo aquí, justo sobre mi cabeza, para luego desconectarme de todo lo que existe aquí abajo y finalmente, un eterno momento que se extiende por los campos, por las ventanas de mis ojos que ahora sí pueden derramar todas las lágrimas que no pude derramar mientras vivía en esa vida, esa vida que todos conocemos, esa vida de la cual no queremos perdernos ni un solo minuto, todo porque ella nos arrebata, nos enmudece como el mar infinito, como la noche estrellada que nos consterna y hasta nos absuelve con su incontable formación de luminosas estrellas repartidas a lo largo y ancho de todo este magnifico firmamento.


Allí, ahora la piel no tiene sentido, las heridas han sido sanadas, en un momento la circulación de mi sangre alborotada por el miedo, quedó sin movimiento, sofocada en las arterias, ahogada en las laderas de mis venas, se petrificó, y yo dejé de ser ese montón de átomos y arterias divididas para convertirme en otro ser, distante de las guerras fraticidas, alejado del suburbio sofocante de los trágicos sonidos, la estridencia de los cruentos estallidos son sólo cosas del pasado, de un pasado que mutiló cientos y millones de vidas, vidas que quedaron sepultadas en el recuerdo de una humanidad que jamás aprendió el valor de la vida y de la paz, de esa paz que pudo habernos hecho mejores seres humanos, mejores individuos, pero la verdad es que no fuimos capaces, no estuvimos jamás a la altura, era mucho más fácil armarnos y gastarnos millones de dólares en armamentos que utilizar esos mismos millones en alimentar a los cientos de miles que en este mundo no tienen qué comer. Nuestra hipocresía nos hizo creer que estábamos cerca de Dios, para ello construimos grandes catedrales, nombramos Vicarios de Cristo aquí en la tierra, incluso, les dimos el carácter de “infalibles”, aún así, los muertos y la sangre de ellos corrió como ríos por los valles y laderas de este mundo, hasta llegar a las ciudades, a las mismas ciudades en donde creímos que el hombre libre debía crecer, todo quedó absolutamente teñido y sepultado con la sangre de los muertos que dejó la indiferencia, la propia ceguera de todos los que pudieron haber evitado tantas muertes y sin embargo, se cubrieron los ojos y vivieron hasta saciarse, tal como si aquello nunca hubiese ocurrido.

Los sueños entonces fueron truncados, porque la muerte de un solo ser humano es la muerte de toda la humanidad. Así, sobrevivimos rodeados de cadáveres, en cada espacio construido los cadáveres vivientes deambulaban, como sonámbulos, sin memoria, sin recuerdos, todos amputados para pensar en el daño, en las heridas, en el gran cortejo fúnebre que antecede a nuestras vidas. Nuestra piel entonces se construyó de rocas, de sólidas paredes que evitaron sentir el dolor de los que más sufren en este mundo, dejamos de ser carne alguna vez para convertirnos en metales, en algún momento de la historia sucumbimos al horror y decidimos mirar el horizonte sin conceder ningún tipo de recuerdo a quienes desaparecieron, nos reímos incluso, algunos se pintarrajearon e hicieron circo de la historia, pero a pesar de ello, desde algún lugar de esta inhóspita realidad, los gritos y alaridos de los niños que caían, sirvieron para desamordazar la historia y las esperanzas, los sueños nuevamente florecieron, un milagro de enormes dimensiones nos hizo pensar que la paz llegaría a nuestro mundo, como una bendición, como un regalo, inmerecido tal vez, pero una regalo al fin que nos hacía pensar en las vidas que aún se podrían salvar, en las que aún, con sólo un poco de preocupación de los representantes de las grandes naciones del mundo, podrían ser guardadas y protegidas, porque de otro modo, simplemente nos extinguiremos, como seres afectivos, como personas que han nacido dentro de un mundo en el cual, todos podemos y debemos vivir en paz, en una autentica y casi bucólica estadía que nos haga creer que la vida eterna se encuentra allí, a solo unos pasos de esta existencia, a solo unos metros de nuestras ingenuidades, todo ello sería posible si tan sólo fuésemos capaces de entender, que el dolor de unos pocos es suficiente para darnos cuenta que la guerra, en todos los sentidos, es demencial, que en un tiempo como el nuestro, volver al arte rudimentario de tener que invadir a otro en el Nombre de Dios, o de quién sea, es una completa estupidez que no resuelve los conflictos en cuestión, y nos pone en la misma condición de animales irracionales.


De cualquier modo, las personas seguiremos viviendo a diario todo lo que tenemos que vivir, las noticias no serán lo suficientemente elocuentes como para remover conciencias, de eso no hay duda, hay que disfrutar, hay que pasarlo bien, esa es la premisa esencial de esta absurda sociedad hedonista, a como dé lugar, cual sea el precio, de esta forma nos habremos desprendido rápidamente de un concepto de hermandad y de humanidad que hoy día necesitamos urgentemente, dentro la familia, en la sociedad, en los servicios públicos, en la política, en la administración de Justicia, en la religión formalizada y comercializada que ya no corre riesgos y vive protegida bajo enormes costos de producción, en todas las disciplinas deportivas en donde las empresas no miden los costos humanos que pueden llevar a un grupo de personas a convertirse en indeseables, como las barras bravas, en el cine, en la televisión basura, en la literatura, etc., todos necesitamos ver las imágenes de niños amputados por la guerra entre Israel y Hamás, para que de una vez por todas sintamos vergüenza por lo que hemos construido, puede que ello nos vuelva más que sensibles a la hora de impartir clases en la Universidad, o simplemente, a la hora de elegir lo que vamos a decir cuando estemos en la noche o en cualquier lugar del día por ahí, y tengamos necesidad de comunicarnos con Dios, tal vez nuestras plegarias ahora sí tengan verdaderos propósitos, sólo de este modo, pienso yo, las vidas de todas y muchas más que en el mundo mueren y son victimas a diario de la estupidez humana, tendrán algo más que sentido para nuestras propias y desoladas existencias.

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