LA COMODIDAD QUE HOY DÍA MATA LOS MILAGROS.
¿Qué pido ahora a Dios, a la vida, con qué podría consolar
Dios mi pena, el sentido de la pérdida? Me lo he planteado varias veces, desde
que comencé y entré en este proceso. Las vidas que vivimos, son bastante
diferentes unas de otras, como el color de los árboles en otoño, ninguno se
parece al otro, uno, un verde claro refulgente, otro, morado, degradaciones en
café de diferentes tonalidades que hacen que la vista pueda recrearse y
detenerse en esta maravilla que es la naturaleza que Dios nos ha dado, así
somos también los seres humanos, hechos de fibras interiores finas y muy
delgadas a veces, que damos también frutos, que procreamos nuestros propios
colores, nuestras propias policromías con la vida que tenemos y vivimos, que a
pesar del rigor y del dolor que nos impone la vida, somos capaces de producir
poesía, de escribirnos y contemplarnos en lo que hacemos, de no quedarnos
detenidos como objetos sin vida al alero de un paradero del transantiago.
Acumulamos horas entonces observando, mirando a nuestro
alrededor, percibiendo el frío, el cómo vuelven los abrigos y las bufandas,
intentando deletrear con nuestras propias imágenes, el sentido que tienen las
cosas que nos rodean, sin ser poetas, sin ser escritores conocidos o famosos, simplemente porque el frío, la pequeña
lluvia que cae, las hojas derramadas como alfombra delante de nuestros pies, nos
vuelve sensibles, impresionables, podemos ser capaces en nuestras estructuras
de súper hombres y mujeres con que nos ha tildado el sistema, de sentir que
estamos hechos de piel, de sentimientos, de lo que al final estamos hechos
todos, todos los que caminos por este mundo, incluidos los perversos, los
malignos, es la hora de mirar y de observar como las hojas van desprendiéndose
una a una de la copa de los árboles, como la vida va renovándose delante de
nosotros, sería trágico no verlo, no poder percibirlo, pasarse la oportunidad
esta que nos da la vida.
Camino entonces, me perfilo hacia la avenida mayor, voy
cruzando las esquinas, me voy llenando de todo esto que es el otoño, alimento
mi espíritu, oro en mi caminar, elevo una plegaria eterna, una constante, una
que me eleve por un momento y me lleve hasta Dios, en donde Él me pueda
escuchar, en donde Él pueda sentir lo que estoy tratando de decirle con estas
pequeñas palabras, con este decir de
infinita necesidad que hay en mi alma. Nutro de colores mi alma, de inmensas
montañas de hojas desparramadas en la vereda, en la orilla, al borde de la solera,
camino lentamente, no me agito, aprovecho este momento para oír alguna música
grabada en mi celu, traigo a Nick Drake, traigo música clásica, en fin, una
gran cantidad de música que siempre me acompaña, pero quedo con Drake, me quedo
con su melancolía de niño, con su arte de hacer cantos irrepetibles, con su
método de llevarme a su misma poesía y hacerme sentir que nosotros, los seres
humanos, vivimos para la piedad, para la misericordia, para ofrecernos toda
clase de bienes y no para odiarnos, para alejarnos el uno del otro, en eso me
mantengo, siempre caminado, lentamente, para no agitarme y que no me duela mi
pecho.
Si tuviera que pedir algo a Dios entonces, podría partir con
pedirle que reparara lo que he perdido, todo lo que se ha quebrado en mí vida,
pero Él lo sabe todo, no le he escondido nada al Señor, Él conoce por lo tanto mi
corazón, y comprende que no haría por retornar a ese espacio y a ese hogar que
sé que ya perdí. Y en ese mismo pensamiento, pienso por un momento, en cuanto niño por
este mundo que vaga sin hogar, sin cuidados especiales, pasando frío, teniendo
hambre, en los que están enfermos, en los que no pueden caminar, y me olvido
por un buen momento de todo lo que a mí me falta o he perdido, y me detengo en
aquello, en eso que Dios le dio a sus Apóstoles, para que ellos pudieran decir
en un momento, “…no tengo oro ni plata, pero lo que tengo te doy, en El Nombre de Jesús
de Nazareth, levántate y camina…”
¿Cuánto más útil puede ser esto que lo otro en medio de un
mundo que lo ha perdido absolutamente todo por ganar, por tener, por sentir que
podemos ser superiores al otro?
Desde luego que no todos pensamos igual, ya lo dije, no
somos iguales, damos diferentes frutos, procreamos el color de nuestras hojas
de manera personal o individual, bajo nuestras propias circunstancias, así que
no vamos a estar de acuerdo con esto y otras cosas más, pero si estoy claro que
esos hombres que siguieron y creyeron en Él, no centraron sus vidas en ellos
mismos, desde luego que no, ellos fueron capaces de sobrepasar sus propios
límites auto impuestos o como sea, y creyeron que al dar un paso más allá, de
las limitaciones con que enfrentamos el diario vivir, había algo más, mucho más
intenso incluso que el color de las hojas en otoño, estaba el prójimo, el
herido, el lastimado, el abandonado, el que cojea, y actuaron de manera que los
inobjetables de su tiempo no lo percibieron, se llenaron de amor, se llenaron
de piedad, y fueron hasta donde estaba el dolor y lo concibieron, lo tocaron,
luego hicieron uso de lo que Dios les entregó, de ello es lo que da cuenta La
Escritura, de sanación, de salud, de todos esos grandes y portentosos milagros
como dar vista a un ciego, enderezar un brazo, hacer caminar a una persona que
jamás pudo, en fin, y muchas cosas más que no fueron escritas pero que quedaron
inscritas en el corazón de los que las vieron y o fueron bendecidos con esos
milagros.
¿No podría el Señor de nuestras vidas, en el día de hoy,
bendecirnos con el mismo don que les fue otorgado a esos hombres de ese tiempo?
¿O estas cosas quedaron pautadas solo para enseñarnos lo grande que es nuestro Dios y
nada más? Yo no pido que Dios me sane a mí, sé que esta enfermedad un día de
estos me quitará la vida, y no temo a cuando llegue ese momento, es más, a
veces lo he deseado, con todo mi corazón, pero sí creo que cada día que pasa,
impuestas como estampillas nuestras vidas sobre la superficie de esta realidad,
material, consumista, hedonista, concupiscente, jamás podremos entender
siquiera, la enorme necesidad que hay en este mundo de la sanidad divina, de la
enorme cantidad de dinero que se echan al bolsillo entre doctores y farmacias
solo por un dolor de cabeza, la sanidad era una de las señales que debió haber
seguido a todo servidor del Señor Jesucristo, pero desde el día que se
institucionalizó la fe del Hijo de Dios, las cosas caminan por otros senderos,
desde luego que sí, los olvidados y enfermos, los desprovistos y descalzos,
pasaron a ser una molestia para los burócratas de la fe, y desde entonces, la
religión solo sirve para parpadear, para hacer como que si ve, pero en realidad
no se interesa en ver, es mucho más cómodo pasar inadvertido, que otro tome la
responsabilidad, que otro se vuelque por completo a Dios y nosotros, guardados
y que Dios les bendiga a todos.
LA COMODIDAD está matando a diario al cristianismo actual,
es inobjetable, quienes deberíamos andar sanando enfermos, hoy día nos pasamos
la vida proyectando nuestro futuro, haciendo labores domésticas, lo que sea
para llenar el vacío que provoca un LLAMAMIENTO DE ESTE PORTE que nos hace Dios
desde el cielo para que cambiemos de actitud. Sin duda que los grandes
representantes del poder religioso fallaron, en todo, no lo van a reconocer,
jamás, ellos no van a decir que en vez de haber preferido sanar y curar
enfermos, prefirieron LA COMODIDAD que te ofrece un buen sistema religioso que
te paga absolutamente todo por lo que hagas supuestamente para Dios. Muchos de
estos paradigmas actuales de la fe, comenzaron ofreciendo al pueblo de todo, y
ya ven en lo que terminaron, lucrando hermanos, para qué le sirve a Dios la
compra de un gimnasio, lo que sea, lo que Dios desea es otra cosa, otra cosa
que está claramente establecida en Su Palabra, sin embargo, los CÓMODOS, no
desean hacer caso a lo que dice Su inobjetable Amor, Jesús, al morir en la
Cruz, clavó en su cuerpo el egoísmo con el cual nos conducimos en este mundo,
sin opciones para los que no pueden defenderse, sin posibilidades para los que
de verdad necesitan de un verdadero milagro. Mi caminar se vuelve
contradictorio, no puedo pensarme solamente en este espacio, bordado de hojas,
no amigos, mi mente y mi espíritu van más allá, están ahora con los que sufren,
con los que apenas logran sacarle algo a la vida, mientras, otros, algunos
disfrazados de piedad incluso, lucran con la fe. Quiera Dios que cuando Él decida
volver, algo de fe genuina en Dios nos vaya quedando, no vaya a ser de cuentas
que al seguir pensando así, se nos pase el tiempo y ya no sea el momento de
arrepentirse, sería trágico, ojalá despertemos antes, por el bien nuestro, por
el bien de los que más nos necesitan.
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