Tuesday, March 18, 2008

El costo de poseer un aguijón.

Existe temas dentro del panorama espiritual, que prácticamente pasan inadvertido por los comerciantes de la fe. Así de cara duras, ni siquiera brindan una oportunidad a quienes sí están interesados en abrir expectativas de reflexión que permitan, en algún sentido, dar a conocer a otros, lo dificultoso e incomprensible que resulta vivir nuestro cristianismo cuando las condiciones en las cuales, el Dios de toda la Misericordia, nos tiene sobreviviendo bajo circunstancias a veces extenuantes y otras, absolutamente agotadoras. Los cultores del Gozo y toda esa cepa de vagos eróticos y sensuales del acontecer espiritual actual, han desdeñado para la eternidad conceptos fundamentales relacionados con el precio que debió pagar la cristiandad histórica, con el pretexto de que estos tiempos son tiempos de gozo y de alegría. La cruz, símbolo de la crueldad más inhumana a la cual fueron expuestos hombres y mujeres del primer siglo, cuyo único y gran pecado fue aceptar y defender las verdades del Carpintero de Galilea, ya no tiene lugar dentro de nuestra podrida realidad, no es necesario hoy día morir por Cristo, eso nos hace tener un concepto mucho más alto de lo que de verdad nuestro cristianismo, menos expuestos, mucho más condescendientes, benevolentes también con el podrido sistema en el cual vivimos sumergiéndonos a diario, perdonamos los pecados de nuestros íconos, a los cuales no nos atrevemos a tocarle un ápice de su ya craquelada realidad, ellos están protegidos, igual que los predicadores y cantantes de la fábula del gozo, absolutamente distantes y provistos de una protección casi metálica, que no les permite tener cercanía alguna con los padecimientos de un mundo que yace en el más absoluto abandono por parte de esta podrida casta de nuevos representantes de la fe actual.

En tales circunstancias, la cruz, la negación, el dolor, el aguijón, parecen ser sólo imágenes de un tiempo pretérito que jamás llegaremos a vivir, porque hoy día al parecer, o por lo menos, lo que nos quiere hacer creer la comercial visión de la Prosperidad, Dios se conforma con poco, con tan poco que no alcanza ni para sanar un miserable resfriado, para qué voy a hablar de visitar enfermos, esa característica del primer cristianismo simplemente fue erradicada de la realidad de la Iglesia de Cristo, total, para eso están “los viejos y las viejas”, ellos sí tienen tiempo para la visitación, y al final, ¿para qué podría servir dentro de un proyecto de vida espiritual basado en el éxito y la Prosperidad económica, la vida de un hermano que padece de cáncer?

Esta podrida y esquelética versión de un cristianismo que no es ni histórico ni menos de Cristo, llena hoy día la realidad de La Iglesia y tiene a su haber seguidores y adherentes por millones, es lógico, allí no hay precio que pagar, nada que dejar, nada más que tu billetera, total, los secuaces de la fe saben cómo sacarle provecho a este tipo de realidad.

La visión entonces de Ezequiel sobre el valle de los huesos secos, símbolo del cristianismo actual, cobra total importancia y viene a recordarnos, que no sólo de pan ha de vivir el hombre, no obstante, nuestras vidas giran al parecer, para llenarse, para llenarse y reventar hasta que no de más, eso es lo que nos ha dejado el triste espectáculo del Gozo y la Prosperidad, mierda y más mierda, y no se escandalicen porque digo mierda, porque es más que probable que la mierda de esta cloaca llamada “vida espiritual actual”, esté más podrida que el “water” más hediondo de nuestra realidad decadente. ¿Doloroso no? Pero qué le vamos a hacer, esa es la realidad, o esperaban que Marcos viniera desde esa otra cloaca espiritual llamada México a decirnos un par de verdades? ¿Lo creen valiente para eso?

Pues bien, habría entonces que comenzar por explicarle a toda esta manga de zánganos, lo que es un agujón, sí, por que al parecer poco o nada entiende este cristianismo de ese concepto tan potente como es el agujón de Pablo. Entonces, ¿qué es en buenas cuentas un aguijón, sino, un podrido y hemipléjico dolor hiriendo de a poco, una a una, cada una de tus valiosas células que Dios te dio y que aún permanecen estoicas allá adentro para defenderte y darte un último aliento? Un aliento que debió haber venido de otro Cuerpo, de otro organismo, de gente que repara, restaura y trabaja con aquellos que lo han dado todo para que muchos conozcan a Cristo en este mundo, pero que, por un olvido infame e imperdonable, han dejado pasar nuestra vidas como si nada, como si el dolor que hoy día nos contiene, no fuese posible curar con una prueba más del amor que Dios nos ha dado.

Eso es entonces un aguijón, eso y nada más, un dolor, inextinguible, una fiebre que te quema por dentro y que cunde y se expande a la velocidad de la luz, y que va dejando un rastro elocuente y devastador por cada lugar por donde va pasando. El aguijón no fue puesto en tu cuerpo para bendecirte, para arroparte cuando sientas frío, para alimentarte cuando sientas hambre, una aguijón fue puesto en tu cuerpo para desarraigarte, para desperfilarte, para que en un momento olvides todos textos aprendidos y te enfrentes con Dios, cara a cara, como un hombre, como una mujer, no como aquellos hombrecitos y mujeres de vidas predecibles y básicas que a diario produce por millones, esta inútil casta de mediocres que han llamado “cristianismo actual”, sino, aquella que no encuentra a veces dentro de todo este absurdo panorama de ofertas espirituales, un simple “ungüento para sanar las heridas”, para desinflamar la piel y el alma cuando el mortífero y afilado aguijón que Dios nos envía, penetra nuestras carnes ya cansadas de soportar las injusticias de la vida. El aguijón entonces permanece, no desaparece, se abstrae, se oculta, y cuando quiere te hiere, te desmenuza, te pulveriza si Dios así lo quiere, te inmoviliza dejando tu cuerpo helado a veces y sin posibilidad de movimientos, te asfixia, de manera que recuerdes en ese preciso instante, que la muerte con toda su agónica destreza ronda en la materia, en todo lo que ves, en todo lo que oyes, en todo lo que tu piel cansada podría sostener si aquella herida putrefacta no estuviera en tus entrañas.

Quien no posee entonces un aguijón, no puede comprender al que sí lo posee, esa clase de personas jamás podría llegar a comprender el significado verdadero del amor, sí, del amor, de esa clase de amor que se construye a través del alarido, del gemido nocturno que más de las veces, aunque ya seas un viejo rematado y que por la enfermedad te encuentres a las puertas de encontrarte con Dios, se transforma en llanto, en un impotente llanto que no llegara jamás a ser oído ni entendido. Así de crudo es un aguijón, y no creo que el mío sea distinto al tuyo, no fue puesto por Dios para agradarnos, sino, para enmudecer en algo nuestra rebelde condición de hombres que a veces olvidamos, “el hacia dónde Dios nos lleva”, o, ¿qué desea Dios de nuestras vidas?

¡Aquí estoy entonces, aquí me encuentro! Sin simulación alguna, sin aspectos de vanidad contorneándome, yo y mi aguijón, con toda la honestidad posible, detenido entre las sábanas por muchos días, muchos meses, años tal vez acumulados, con una intensa agonía carcomiéndome la vida y que jamás termina, sin contar con un mísero descanso para que este cuerpo deje ya de parpadear, de auscultar, de inquirir, de preguntar, de sumergirse en las corrientes de los mares para transmigrar, para ir en busca al fin de los verbos que no han sido conjugados. Aquí me encuentro entonces, febril, agotado, desmembrado, inyectado de un dolor fantasmal y lúgubre que intoxica todo lo que sale a su encuentro.

Sin movimiento, la piel de mi océano perece, no obstante, en un claro nocturno de la luz en las estrellas, mis ojos nuevamente brillan y se nutren, perdiéndose en el infinito, sin hallar un lugar definitivo, simplemente se pierden, se pierden en una eterna plegaria de hombres que jamás claudican, de hombres que simplemente nacieron para luchar.

0 Comments:

Post a Comment

<< Home