Tuesday, November 07, 2006

El costo de creer en Dios en esta realidad.


















Cuánto le cuesta a Dios ser Dios?

Cuánto le cuesta a Dios sustentar lo que somos?

Cuánto nos cuesta a nosotros sabernos hijos de un Dios que tiene todo y más para darnos a veces solamente un empujoncito y cambiar así, algunas cosas que podrían ayudarnos a vivir y a ser un poco mejores, pero que sin embargo, y a pesar de la tragedia diaria, opta por un silencio incomprensible a nuestra limitada comprensión de la vida y nos subordina a la más absoluta y desdichada contemplación, impidiéndonos alcanzar lo que creemos podría hacernos mucho mejores seres humanos y de pasada, prestar un mejor servicio a quienes tanto necesitan.

Sin duda que ser Dios no debe ser tan dificultoso cuando no se tiene la urgencia de las deudas contraídas porque el sistema no te deja opciones, sin duda que los religiosos no van a estar de acuerdo con esta reflexión, cuando en ella se pretende poner en dificultades a un Dios que hasta ahora sólo nos dice lo que debemos hacer con nuestras vidas pero que no asume los costos, como creador, de los reales, no sólo de los espirituales, sino los de la vida cotidiana, los que asumen quienes tienen por obligación que soportar, largas horas de jornadas laborales sin que se tome en cuenta el costo social que ello significa. Los ancianos que deben soportar largas horas de espera en los servicios de Salud pública, porque el Estado inepto no ha sabido, o mejor dicho, no ha querido ver el daño que le hemos causado a quienes tanto dieron para que esta verdadera lacra de la sociedad, llamados, Senadores, Diputados, Alcaldes, y otras especies, lucren con los dramas de la gente.
La lista es enorme, pero la conciencia de sentir que hemos sido creados por un Dios que en muchas de los casos permanece ausente, o mejor dicho, imperceptible de nuestras actividades diarias, es una carga constante y poderosa, más que la propia problemática existencial diaria, más que el saberse gobernados por sinvergüenzas que no tienen la cara de reconocer que son partícipes de eso que hoy día llaman “corrupción”, incluso, más que saber de religiosos corruptos que usan a diario la fe de Cristo para enriquecerse y engañar a los incautos de siempre.
La conciencia, es decir, mi conciencia, no está en venta, no hay disponibilidad para aceptar con resignación santa en mi corazón tanta perversión, tanta burla, tanta lacra social, tantos parásitos que se alimentan con la leche de miles de niños que hoy día no tienen que comer en mi país, no Señor, esta vez yo paso, no hay alabanzas para ti, no hay adulaciones, no estaré allí para darte gracias ni para adorarte por lo que no haces o deberías hacer, mis palabras se irán transformando lentamente en una queja, en una enorme y constante queja que ni el viento ni las más estridentes tempestades podrán borrar, estaré aquí para decirte lo que siento, para decirte que ya basta, que nos cuesta una enormidad comprenderte y comprendernos, que no hay paliativos posibles, que la realidad nos ahoga y nos no nos deja alternativas, que un grito en forma de alarido no logrará expresar en toda su dimensión lo que en este instante siento.
Pero bien Dios, tú debes seguir con tus facultades omnipresentes y de todas, y yo por mi parte, lidiando con todas mis miserias, de toda índole, me he allegado sí a la naturaleza, para humildarme, para llorarme, para mirarme, para compadecerme, si el costo de ser un Dios intangible y siempre eterno te provoca soledad, estaré en mi jardín para escucharte, de la misma forma como tú me escuchas y me respetas cuando yo te hablo. En mi jardín hay lugar para plantar, ven, te invito a que plantes conmigo un árbol y nos olvidemos por un momento de nuestras congojas, tal vez si bajas un momento del lugar en donde los religiosos te han puesto te sentirás mejor, yo me sentiré mejor de tener a alguien como tú compartiendo mi mesa, tu miseria será la mía, ven y bebámonos un vaso de vino y leamos juntos unos buenos poemas de Dylan o de Neruda. Ven Dios, te espero.