Gobernantes gnósticos para cristianos hedonistas.


Puede que exista, al menos para ellos, razones que justifiquen esta evasión, pero el caso es que cuando se gobierna, cuando se tiene al mando los destinos de una nación, no se puede vivir ignorando verdades tan elocuentemente potentes como estas.

Dentro de la historia secular, Jesús pareciera ser sólo una pequeña sombra que ha medida que van pasando los años, ya no queda más de Él que pertrechos inmóviles, a modo de catedrales o ese sinnúmero de sectas o mega-religiones que pretenden estar diciéndonos que sólo ellos son los protectores del patrimonio histórico de alguien como Jesús. La historia no sólo ignoró a Cristo, sino que, con su método científico, logró hacer que un hombre como Jesús pasara a ser lo que hoy día, gente como la que dirige nuestra nación , cree que es Él, es decir, un mito, una persona que por tratarse su vida de una sin bases históricas, no merece ser tomada en serio, ni siquiera por su mensaje, por simple que este les parezca, y llevarlo a las honduras del alma para degustarlo con quienes más amamos y con quienes además, sufren la decepcionante angustia de no saber qué ocurrirá con sus almas cuando llegue la hora de abandonar esta realidad.

No obstante, y para contradicción de quienes no creen en Él, Jesús no sólo no es un mito, ni tampoco una sombra, nada de eso, y a lo mejor los responsables directos de que esta envestida cancerígena de incredulidad que aumenta cada día dentro de los círculos intelectuales, y de los otros, sea quizás los propios representantes de su patrimonio, es decir, predicadores, expositores, pastores, ministros del evangelio, hermanos en general, ellos, como conciencia, como voz profética, como voz histórica, no han podido convencerse a sí mismo de lo importante que es traducir el propio mensaje de Cristo y hacerlo accequible a la gente que no comprende aún, qué es el Evangelio.

La vida religiosa no ha tenido ni tendrá jamás la importancia fundamental para poder quebrar los esquemas de quienes, amparados detrás de sus sólidas estructuras intelectuales, no admiten un solo atisbo en sus vidas de la verdad revelada en la Persona de Cristo, la religión de salón o empaquetada, no es tampoco solución para un drama tan enorme como el vacío que provoca dentro del hombre cuando interrogantes como:
¿qué ocurre con el alma cuando el cuerpo muere?
¿el alma como el cuerpo, también muere?
¿a dónde voy a ir a parar después de esta vida?
¿acaso, todo termina aquí?
… aparecen en su camino.
Los gnósticos, a la manera de Lagos y de Bachellet, tienen su propia definición del alma, y por supuesto, no creen en el Dios revelado en las Escrituras ni en la Persona de Cristo. Pero esto no es nuevo, ya en los días del origen del cristianismo, un virus conocido como gnosticismo atacó la convivencia y las bases del cristianismo ya en cierne, este mismo problema dio origen a que dentro de esos primeros hombres apareciera uno como Juan, este Apóstol fue el que primero confrontó esta herejía tan propia del mundo griego. Lo enorme fue que Juan no se quedó en una cuestión puramente espiritual, sino que además abordó el problema desde una perspectiva teológica dentro de un contexto en donde el traspaso del mensaje evangélico era sólo oral, es decir, aún no había testimonio escrito, ahí Juan siente la necesidad de escribir, siente que la palabra no puede ser puramente oral y es necesario transcribir, se inicia así un proceso extraordinario en donde la palabra escrita pasa a ser una de las más potentes armas con las cuales ha contado la cristiandad para dar a conocer a la gente qué es esto que llamamos cristianismo.
Juan nos dice, por inspiración divina en su evangelio: “el Verbo se hizo carne … y el Verbo era Dios … y habitó entre nosotros.” A los cristianos de ese tiempo debía quedarles claro quién era Jesús. El gnosticismo rechazaba el origen divino de su Ministerio, y lo que es peor, el de su Persona, para ellos no era más que un Eón, es decir, un haz de luz, esto venía a destruir directamente las bases teológicas de un cristianismo que aún no contaba con el recurso de la palabra escrita para defenderse de esta clase de enemigos. El Apóstol Juan se vio en medio de esta encrucijada y asumió el problema con todo lo que tenía a su mano.


- … tuve hambre, ¿me diste de comer?
- … estuve desnudo, ¿me cubristeis?
- … estuve enfermo ¿me visitáisteis?
¿Qué haremos en cambio para salvar un escollo tan alto como este, habrá acaso alguna alternativa mejor para evitar el peso de una plomada tan dura como esta?
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