Monday, June 02, 2008

El ilimitado poder de la fe comercial.
























La realidad siempre será el mejor parámetro para medir el estado de nuestra propia conciencia, sobretodo la de nuestra conciencia cristiana. Es que la realidad, con toda su precariedad, con toda su embestida diaria de violencia, nos provoca una especia de demolición interna que nos hace ver, infinitamente frágiles frente a un sistema que no acepta ni quiere ver a Cristo en el lugar que le corresponde. Para ello, la gente que compone esto que llamamos mundo, se ha estructurado, se ha ido construyendo para dar a Dios un lugar casi perférico en lo que respecta a importancia, lo que no significa que la gente haya dejado de creer en Dios, en ningún caso, no obstante, el ser cristiano en medio de un sistema de vida como el actual, ha provocado una forma de soledad tan enorme dentro del propio cristianismo que difícilmente puedan comprender los propios cristianos.

Ello se debe en parte, a que la algarabía y el gozo con el cual se intenta abordar el tema de la fe dentro de las propias fronteras del cristianismo actual, en algún momento se ve superado por la espantosa intromisión de una realidad que nada tiene que ver con la alegría de los llamados discípulos del gozo. La realidad no tiene comparaciones, suele a veces desconcertarnos y dejarnos perplejos, aún teniendo a Cristo, aún cuando hacemos lo imposible por conservarnos distantes de la golpiza que nos dan las noticias a diario cuando algún canal informa de una catástrofe, o de alguna pérdida humana por la torpeza de alguién que no supo cómo detenerse frente a una impulsiva actitud que terminó por quitar la vida a veces, de pequeñas e inocentes victimas. El mal entonces, aparece como una densa oscuridad con la cual nos hemos acostumbrado a vivir, sabemos sobrevivir a sus impulsos, a sus decadentes tentáculos, a su mediática y casi farmacológica estadía de drogas mutilando mentes y conciencias que se desavanecen en el aire sin sentido y sin propósitos, y sin embargo, algunos aparentan no sentir verguenza, verguenza por nuestras decadencias, por nuestras porbedumbres, por la miseria de nuestros entes televisvos, tampoco expresan asombro, muchos viviendo en una especie de nube encantada no perciben el olor de la pobreza y el sonido de las muelas cuando amanecen golpeándose una contra otra, y en el precipicio de la mente se agotan las visiones para dar lugar a la desesperanza.


El cristianismo de hoy ofrece alternativas, al igual que las filosofías orientales, si sigues a tal o cual persona terminarás escabulléndote de tus dolores y de la agonía que te persigue, lo lograrás, si te entregas por completo a una forma de credo en donde predomina la indiferencia y el ocaso del amor por las almas que se pieden sin sentido en este mundo. A eso algunos llaman cristianismo, a eso algunos llaman verdadera paz, que no es otra cosa más que el invento de unos hombres cansados de llevar sobre sus conciencias, el peso de la herdida que provoca la verdad en toda su real dimensión escrutadora.

No hay realidad aparente que pueda modificar entonces el peso de la verdad que debería amputarnos, que debería socavar nuestras añejas costumbres y sacar a la superficie, toda esa eterna cadena mortuoria de contradiciones que guardamos para luego presentarnos, tal cual como somos, tal cual como hemos sido concebidos, hijos de Dios, hombres, almas, espíritus, sinónimos todos que ilustran la verdad de una condición extraviada desde hace mucho tiempo en una de esas escapadas. De este modo y bajo esta realidad, el cristianismo actual no logra penetrar la conciencia de este mundo, la del hombre actual, la del hedonista, la del materialista, la del que busca y sueña y se desvive por el éxito, la del narcisista, la del froidiano, la del marxista, la del capitalista, la del que se pudre en sus miserias materiales y vomita cuando alguien con valor se acerca y les comparte algo que lleva forma y que tiene nombre y contenido de Evangelio de Jesucristo, no hay forma de entrar en ese tipo de conciencias, ellas están destinadas con su indiferente postura de animales irracionales, a doblegar a una forma muy especial de cristianismo que ha debido modificar y comercializar sus principios, con tal de llegar a este enorme cementerio de elefantes en donde se encuentran esperando y sin saber la muerte, todos aquellos que carecen de fuerza moral y espiritual como para reconocer el estado de sus propias almas en decadencia.

El invento del cristianismo actual para esta condición de ruindad espiritual, es de verdadero desencanto para un cristiano de verdad, para un cristiano que vive en la disyuntiva del ser para Dios en cada segundo de su existencia, en cada movimiento de su precaria realidad, sin exceptuar absolutamente nada de su ser, en cambio, la ruindad espiritual está poseída de una buena cantidad de ropas para cuando venga lo inevitable, no sabe sin embargo, quien se viste con esta clase de ropaje, que nada de ello lo podrá ayudar cuando el tumulto de las aguas crezca y venga hasta sus propias plantas y comience a elevarse, a subir primero por sus tobillos y luego sus rodillas, para después inundar completamente todo su ser. La sensualidad con que han operado los nuevos paradigamas de la fe decadente y comercial, dejan claramente en evidencia, la precariedad de sus medios para llegar a lo más importante del hombre que es su ser, el cual, aparentemente es tocado y adulado con destreza, incluso desde el mismo púlpito, y por televisión, para que el fin de mes, en la cuenta de los diézmos del bullado ministro en cuestión, no aparezaca en blanco un deposito tan importante como el de éste u otro personaje con una importante capacidad monetaria.

Con toda su miserable construcción materialista, no cabe dudas que la cristiandad actual ha sido afectada, y desde luego, ha aprendido a valerse y a defender sus propios mecanismos para llegar al mismo fin de mes que los otros, el miedo, el juicio, la culpa, y tantas otras formas de iniquiedad espiritual y moral que se utiliza dentro del propio cristianismo para extorsionar el afecto y la buena semblanza de aquellos que en inoncencia pretender acumular sobre sus vidas, bellos e inolvidables momentos de amor junto a sus "hermanos de esperanza", convierten a esta realidad, en una oscura y aterrante visión de osamentas en donde el hombre es prácticamente sobornado para no creer ni aceptar las demandas de una forma de Evangelio totalmente en agonía, casi en extinción. Paradójicamente, y sin ningún tipo de obstáculos para quienes tienen y son administradores de una tétrica forma de poder que nunca estuvo inspirada en La Palabra de Dios ni en el Espíritu de la Enseñanza Apostólica, la marea se mantiene en calma, nada parece soliviantar los ánimos, la paz gobierna los espíritus, el deceso entonces, puede que no sea advertido ni por ellos ni por nadie que se encuentre tan cerca como para dvertirlos. Lo ineludible entonces, está a las puertas, pronto habrá de acontecer lo inevitable.

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