Tuesday, June 21, 2011

El intrincado andar hacia la inmortalidad.






















El dolor entonces, es una parte importante en la formación de nuestro carácter, no solo el dolor tangible, sino que además, el intangible, el que va por dentro, como una procesión, el que te aguijonea el alma. Revisando Las Escrituras, uno puede comprender que el cristianismo original lo valoriza, no lo excluye, en ninguna de sus formas, es intrínseco a la doctrina, imágenes como, "llevar la cruz, entrar por la puerta estrecha, amar a tu enemigo, negarse a sí mismo", y muchas otras expresiones más que salen de la boca del Señor, tienen como verdadero propósito, hablarnos del costo, del enorme significado que tiene el sufrimiento en la vida de aquellos que han decidido seguir a Jesús, su palabra nos insta por lo tanto, a no ceder, a no dejarnos convencer, a no permitir que los tentáculos de la holgazanería espiritual nos vuelva predecibles, autómatas, y que seamos capaces de entender que la vida lleva en sí mucho dolor y sufrimiento, más aún si se es cristiano.

Ser cristiano en tanto, nos demanda diariamente una enorme cantidad de sacrificios, porque además, muchos de nosotros debemos vivir por fe, porque no sólo los Ministros de Dios viven de fe, sino que también, muchos de los hijos de Dios que deben cada día, armarse de fuerzas para ir en procura de la bendición que los ha de volver a casa con el pan de cada día. Allí, la poderosa Palabra de Dios, tiene un efecto claro y directo, no hay manera en que un verdadero hijo de Dios pueda sucumbir al encanto de la vida que te ofrecen los grandes centros comerciales, no señor, un hijo verdadero de Dios, no detiene su mirada en semejantes ilusiones, son demasiado plásticas como para hacer declinar tus convicciones y dejarte a la deriva, justo en un momento en que la vida se nos presenta cuesta arriba y debemos doblegar nuestros esfuerzos para hacer con nuestras vidas lo que Dios nos demanda. Así nos vamos alejando y dejando atrás finalmente este sistema, un sistema que nos ofrece de todo para evadir la importancia de las dificultades y sufrimientos propios de ser llamados, hijos de Dios en medio de un mundo que no parece tener conciencia de las horas que está viviendo, las tarjetas, los créditos y toda la enorme montaña de ofertas que van día a día apareciendo frente a nuestras miradas, han de cobrar nuevas víctimas, inocentes muchas de ellas, pero en general, una gran mayoría sabiendo que ninguna franquicia que te ofrece el podrido sistema, te saldrá gratis.

Todo ha sido diseñado y construido para que no dudemos en ningún momento que aquello que nos ofrecen desde las sensuales y excitantes tiendas comerciales, es precisamente lo que más añoramos y necesitamos, lo que nos quita el sueño, y frente a ello, no tenemos capacidad para enfrentarnos y destronar definitivamente a una realidad que no permite otra significación para nuestras vidas, menos si llevamos la señal de hijos de Dios sobre nuestras conciencias, por lo tanto, una de las pocas herramientas que nos va quedando para confrontarnos con verdadera fuerza contra este sistema, es el dolor y el sufrimiento con el cual estamos construyendo y dando sentido a nuestras vidas, otra cosa no sirve, Cristo nos llama a sufrir, aunque la prosperidad diga otra cosa, aunque el mundo pretenda lo contrario, con toda esa montaña de artículos y ofertas miserables rondando nuestras vidas, ÉL, desde las páginas del libro santo nos dice, “en el mundo tendréis aflicción, pero confiad, yo he vencido al mundo”, es decir, su sufrimiento es un garante que prevalece y nos da la certeza de que nos encontramos en el lugar que nos corresponde, ¿o acaso dice en vano La Escritura, Bienaventurados los que sufren?

Llevo varios años escribiendo y reflexionando acerca del dolor, no solo de mi dolor, sino, del dolor de muchos, de muchos que ni conozco y que nunca conoceré, pero si es un ser humano, tiene importancia para mi, porque yo no soy esa clase de cristiano que culpo a los demás por sus desgracias personales, no tengo ese ánimo, camino por el otro lado de la vida, infundiendo confianza a las personas que padecen males, extraños a veces, costoso e incurables, tediosos e interminables, poniéndome yo en el lugar de los que sufren y padecen primeramente, ¿y cuánto recibo yo por ello?, ¿quién costea mis gastos? Nadie, Dios me ha enseñado que por esta clase de trabajo no tendré ganancias en esta tierra, y que por lo tanto, más allá de toda ambigüedad humana, mi recompensa se encuentra allá en los cielos, en ese mismo lugar en donde el alma extiende su morada y se despliega, como un eterno atardecer de luminosas construcciones oceánicas, en ese lugar, mi alma un día, un día que aún yo no conozco, despertará aliviada, serena y apaciguada para ver también la gloria de Dios, la bendita gloria de un Dios que de seguro, aguarda también la hora de abrazarnos, de tenernos junto a Él para vivir, eternamente la experiencia del amor, del amor que no termina en nuestras dolencias, en nuestras renuncias o en nuestras debilidades, sino que permanece, más allá del horizonte que despierta nuestra curiosidad y nos detiene, inmovilizando nuestras miradas en ese bello atardecer sobre aquél mismo océano que ayer, tan solo ayer golpeaba con violencia y descarnado ímpetu la costa de la tierra en que vivimos. Sé que voy a ese lugar, lo sé porque así lo he recibido, porque además, aún no dejo de luchar, a pesar de todo lo que significa transigir, con una enfermedad de la que no me avergüenzo sobre mis espaldas, por no haberme dejado seducir por este sistema, por haber librado muchas batallas en el Nombre de un Dios que me ha enseñado a valorar el costo de mis creencias, de mis fuertes y es forzadas convicciones, esa es la enseñanza que me llevaré algún día de este mundo, esa es una de las más importantes herencias que dejaré a mis hijos cuando yo me vaya de esta tierra, más que esto, no puedo pedir, solamente fuerza para seguir luchando, para seguir creyendo, para seguir defendiendo lo que creo, es lo justo, es lo que a Dios agrada.

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