Thursday, August 24, 2017

¿IGNORAR O ENFRENTAR?

Una de las cosas que jamás debería ocurrir en ningún lugar en donde la experiencia de las personas estuviese presente, es que no tuviésemos la capacidad para retener el valor de nuestras propias experiencias, es una verdad inexcusable que debemos enfrentar, debido a la velocidad con que la sociedad avanza, debido al poco nivel de reflexión con que contamos para poder aprender de las cosas que a diario debemos enfrentar.

El cristianismo cuenta con estas herramientas, desde hace muchos años, siglos tal vez, lamentablemente, todo este torrente de prácticas y hechos que la vida nos otorga de manera colectiva o individual, cayó en manos de sociedades que nunca han escondido su afán de conquistadores, por lo cual, la experiencia de nuestras generaciones en la fe, se perdieron simplemente, y nadie, pero absolutamente nadie, tuvo el ingenio para darse cuenta que el valor de la memoria, es un valor imperecedero, al igual como nuestros ancestros registraban imágenes cotidianas en las superficies de las cuevas allá en España (Altamira), o acá mismo, los Incas o cualquier otra civilización que fue capaz de registrar su historia, pero, registrada por ellos mismos.

El valor de contar lo que somos a otros, y de cómo Dios nos ha bendecido con lenguaje y formas de contar la historia, debe ser una de las más importantes y más bellas experiencias que la vida nos puede ofrecer, no hay duda, porque son precisamente esas experiencias las que nos dan en principio, el sentido y el carácter a lo que somos como personas y en este caso, como hijos de Dios, como nación de Dios. No se trataba entonces de acumular libros en nuestras casas ni contar con librerías cristianas en cada ciudad, en donde solo se ofreciera la visión de un mundo sesgado, al menos en lo intelectual, porque en lo cotidiano, no puede ser igual escribir un libro en un país en donde las necesidades básicas no cumple con ningún imperativo para el que intenta redactar lo que le han dicho u observado, mientras que, el que experimenta el hecho, debe a diario poner en práctica su fe solamente para poder subsistir.

Esa es precisamente, una de las más grandes líneas divisorias, la más potente, la más real y cruda, sin embargo, a nadie le parece importar en lo más mínimo, que todo lo concerniente a fe de Cristo y de sus enseñanzas, solo tengan como discurso en su origen, países como Estados Unidos, y nada más, es una grave realidad que nos afecta y nos debería hacer reflexionar en lo concerniente a valores, debido a la importancia que tiene el hecho de que, las costumbres, las formas de entender y de aplicar nuestros conocimientos, no es la misma, desde ningún punto de vista, por lo tanto, nuestras realidades, al aceptar estas inminentes fuerzas comerciales del mundo moderno, no solo se está limitando a ver el mundo de la fe desde la perspectiva de gente que no ha experimentado jamás lo que tú o yo, en este mundo de grandes necesidades, tanto sociales como espirituales, experimentamos a diario, sino que además, renunciamos a nuestra forma individual de dar a conocer con nuestra cultura, con nuestra propia esencia y lenguaje, lo que la fe en el Señor Jesucristo, nos ha permitido experimentar hasta este momento.

Es una realidad triste que debemos enfrentar, debido a que la simbiosis espiritual o social, prácticamente no existe, nos hemos convertido solamente en esponjas, absorbemos lo que nos entregan y de este modo, nos hinchamos, vamos renunciando a la búsqueda y desde luego, comenzamos a engordar, a llenarnos de flojera tanto espiritual como física, porque tenemos el molde hecho, porque como autómatas se nos ha dicho lo que debemos hacer y escribir, lo que no debemos incluir en nuestra poesía, en nuestras expresiones artísticas, si es que las hubiere en medio de un mundo colapsado de imitaciones, vulgares y sin valor artístico y espiritual alguno. Nos hemos acostumbrado a toda la basura que nos trae la televisión del Cable, a la mugre que nos traspasa la religión de La Prosperidad, a los cantantes tipo hamburguesas que nos proporciona la realidad norteamericana, de modo que nuestras conductas son aplacadas o simplemente deben resignarse a imitar, de lo contrario, no puedes expresarte.

En mi lago caminar por el cristianismo protestante chileno, he aprendido muchas cosas, muchas de ellas las he guardado porque creo son de importancia para irlas compartiendo después, para ello, ocupo lápiz, pluma o tinta, la cosa es que todo queda escrito, todo queda registrado, porque me interesa lo que ocurre en los demás, en cómo llegan los hermanos a desarrollar fe en un mundo como este, con tantas limitaciones, con tanta religión poseyendo a las personas. Allí es cuando observo, escribo, anoto, porque no es posible que se pierda el caudal, alguien debe recuperar esas experiencias, alguien debe darle un uso. Ministros, pastores, misioneros, todos deberían juntarse cada cierto tiempo e invitar a la juventud a escuchar, a compartir sus propias experiencias, la forma en cómo ellos ven la vida, el mundo en que vivimos desde su propia perspectiva, si continuamos aceptando lo que nos llega, lo que nos dicen, lo que nos dictan, perderemos nuestra propia identidad, el valor que tiene el poder narrar nuestra propia historia con nuestras propias herramientas, y ello, no está lejos de suceder si es que ya está.

La canción que yo escribo, no es para gente religiosa, para Pentecostales u otro grupo, yo escribo canciones porque me sale más barato redactar y editar una canción que escribir un libro, así que, el canto, al menos el que yo hago, pretende ser parte de este recurso, no uso palabras que todos los cantantes usan, tengo y he creado mi propio lenguaje, de modo que quienes escuchan mis cantos, ingresan a otro mundo, a otra forma de entender la fe, algunos lo encuentran fome, a otros simplemente no les interesa, el caso es que, muy a pesar de muchos indiscutidos detractores, el canto sirve, y de este modo, hay necesidad de oírnos, de leernos, de sabernos con nuestras propias formas, con nuestros propios pertrechos, aún limitados al uso de un celular para producir tu canto, pero ello mismo lo hace importante, porque quienes poseen los medios, no solo no los comparten con quienes llevamos años escribiendo y narrando nuestra propia historia, sino que además, no están interesados en cambiar el sentido de esta realidad, por el contrario, ellos son simples productos de un cristianismo comercial, rápido, sin procesos, sin métodos, sin historia.

De ellos estamos llenos, de cantos que carecen de historia, del pasado, surgen como si nada, como si Dios no existiera, como si la verdad viniera de la mano de una “hamburguesa gringa” y una Coca-cola. Pero la realidad no es así, si bien la verdad es un valor universal, cada lugar en el mundo tiene su propia manera de dar valor a lo que ellos comprenden como verdad, Jesús lo enseñó de esa manera, ÉL, rodeado de gente campestre, de personas absolutamente abandonadas de un sistema como el Imperio Romano, que usaba gobernantes de papel para mantener a la gente controlada, fue capaz de inventar su propio método, su propia forma de invadir la imaginación de las personas que llegaron a escucharlo, que en su mayoría, eran analfabetas, sin embargo su modelo, ha inspirado nuestras vidas hasta hoy. ¿Pero cuánto valor le da la religión actual del cristianismo protestante a la enseñanza, cuánto a la maestría?


Por su puesto que casi nada, son pocas las posibilidades que tiene una persona convertida a Cristo, en desarrollar una maestría para ayudar al crecimiento de los hermanos en un sistema tan colapsado como el nuestro, colapsado de formas etiquetadas, aceptadas y jamás reflexionadas, sin contexto, sin indicación que nos permita acceder a su verdadero propósito más que el de convertirnos en ovejas, en rediles de una forma de cristianismo comercial que no tiene valor ni en sus propios países, allí se quedaron estancados muchos presupuestos de ministerios, muchos capullos a puntos de convertirse en flor, muchos gérmenes de Dios que terminaron convertidos en cristianos de salón o de silla, inmutables para siempre, opinando cuando debieran ser maestros, es una lástima, una gran pérdida que no hemos sabido comprender ni razonar, una eterna y larga noche que tarde o temprano, deberemos recorrer. 

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