Friday, December 17, 2010

Mensaje a un desertor Profesional.
















La conformidad se instala en nuestras vidas entonces, para acariciarnos y estimular nuestras conciencias hacia la indiferencia, hacia la rutina de lo predecible, hacia el vaivén de lo ritual y económico, para no tropezar en ningún momento con la verdad, para no detenerse en minúsculos problemas que podrían quitarte el sueño, en cualquiera de sus formas. Por ello es poco probable que uno, con su esquelético cristianismo a cuestas, plasmado y construido de dolor, pueda encontrarse aquí, en esta realidad virtual, con alguien que se decida a escribir algo en contra de la mediocridad en el mundo de la fe, para ello, el tal, debería estar hecho de dolor, debería será capaz de hablar con el alma en la boca y no permitir que los religiosos infectados de temores y límites inmorales lo estropearan todo, porque ni Dios tiene derecho de enmudecer en este mundo, en esta aplastante realidad, la voz de un sincero, por nada del mundo, la sinceridad es un arma que al mismísimo Dios le sirve, para desahogar su propia amargura, su propia inconsistencia cuando se trata de sanar, al ser humano que hay en nosotros, al que sufre, al que se quiebra cuando a pesar de las plegarias, de las palabras y las horas que uno gasta en conversaciones inútiles con un Dios que ya no nos oye, persiste en nosotros la fe, la esperanza, esa es la verdad, esa es mi verdad, no la de ustedes, concebir una realidad de Dios eterna y espiritual sin relación con nuestras miserias, es algo inconcebible para un ser tan limitado como yo, inhumano, demasiado divino para ser realidad, saber que Dios es Todopoderoso en nada contribuye a nuestra verdad terrenal, nos hiere, profundamente, nos quiebra cual madero que el viento arrastra, porque nos gastamos hasta lo que no tenemos en medicamentos solo para terminar diciendo que Dios nos ama, eternamente, sin embargo ÉL, teniendo todo el poder para sanarnos, todo el poder para compadecerse de nosotros, porque eso es lo que nos han enseñado en el catecismo evangélico, todo el amor del universo, no es capaz de mitigar nuestras dolencias y sanar nuestras enfermedades, entonces, ¿a qué creer en un Dios semejante? ¿A qué persistir en una agónica y final lealtad cuando, en su fuero interno, si esta clase de Dios existiera, no permitiría, ni la miseria humana, ni el dolor con que somos acongojados a diario solo por el hecho de haber nacido en esta desolación que hemos llamado vida?



¿Cuál podría ser el mensaje de Navidad para este mundo, para los cristianos, que tengan paz, que coman bien en la Noche Buena, que reciban hartos regalos? Pura porquería que ni siquiera pertenecen al sentido real que tiene la Navidad, no la de este podrido sistema que el cristianismo avala con su indiferencia y su cómplice silencio, sino, al de la vida cotidiana, a la Navidad que nos trajo el Carpintero, porque al parecer no hay más, pues cuánta necesidad tenemos entonces en el día de hoy de que Él baje y nos devuelva la pureza, que nos traiga una realidad de Dios que sí se compadezca de nuestras dolencias y nos sane. Por eso yo no estoy dispuesto a perseverar en las costumbres religiosas, en las faltas éticas de los supuestos representantes de Cristo que dan vergüenza, estoy más inclinado a mantener este Exilio, para no contaminarme, para no intoxicar aún lo que va quedando de ese nuevo hombre que la propia religión ha ido quebrando.



No estoy entonces para retóricas, para blanduras, sino, para aguijonear, para que el alma de este cristianismo que se pudre y se vuelve canceroso, alguna vez despierte, alguna vez se decida a sincerarse y dejarse de porquerías. ¿Cuántas veces uno debe escribir de lo mismo? ¿Cuántos años más deberemos seguir esperando? Nuestras almas ya no lo toleran, nuestra voces ya se apagan, y aún no hemos sido salvos, nos han dicho que Él en la Cruz sanó todas nuestras dolencias, ¿y dónde está la sanidad entonces, el bálsamo para ir en busca de él? Todo se va a perder, yo lo tengo claro, de pronto la naturaleza nos va a demostrar lo equivocados que estamos, porque si el Terremoto no nos hizo pensar en las tragedias valóricas y espirituales que padecemos, entonces será necesaria la fuerza de un par de Katrinas junto para que nos desarmemos, como sociedad, como un cristianismo hipócrita que invirtió todas sus fuerzas en mentiras y además en su propagación, ello podría volvernos a la luz, a la que aún persista en nuestros corazones, en nuestros hogares plagados de vulgares imitaciones de vidas que jamás hemos vivido ni viviremos, solo así saldrá de nuestras vidas el egoísmo, la indiferencia, la mentira, la hipocresía, y solo allí, tal vez, el Único Dios que rige esta enormidad desee hacerse cargo de nuestras enfermedades y dolencias, no antes, porque la vida se nos va volviendo cada vez más pesada, más fatigosa por causa del dolor que nos oprime, en forma de basura televisiva, en forma de reguetón, como sea, es el constante dolor de una herida que viene sangrando desde hace mucho tiempo, tanto como para ya sentirse anémico, agotado y totalmente sobrepasado.



Ser mediocre es una constante en nuestras realidades, las que premian a los cobardes, a los desertores de sublimes verdades como el dolor de algún hermano perdido en alguna periférica población de Santiago, porque si Elías fue movido por Dios a ir hasta el mismo dolor de una viuda y su hijo, ¿POR QUÉ este cristianismo entonces no es movido por este mismo Dios a intentar la aventura de la sanidad en la persona de los que padecemos la enfermedad? Para evadir este gran dilema Ético, han tenido que corromperse, claro que sí, CORROMPERSE, de otra forma, habría en esta realidad el sublime antibiótico venido de Dios para sanarnos y no satanizarnos como hacen los cristianos actuales de la mediocridad y de la indiferencia, diciendo que todo lo que padecemos es por culpa de nuestra falta de fe o nuestros pecados, por nuestra poca conciencia de Dios, al carajo con toda esa “MIERDA”, a Dios simplemente no le ha placido sanarnos, no se ha comprometido esta vez, pero aquí estoy yo, a nombre de varios que la realidad espiritual no ha podido enfrentar, desde nuestras enfermedades y dolencias, no estamos dispuestos a ceder, moriremos pensando que Dios pudo habernos sanado pero no quiso, se guardó su poder para una eternidad que no nos pertenece, porque somos todo tierra, todo polvo, solo el alma y el espíritu se irán algún día con Él, cuando sea el tiempo, tal vez cuando vuelva el Mesías, pero no seré yo, será otro cuerpo, otra vida, otra existencia, no la actual, la que me tiene en conciencia diciéndoles que Dios tiene una extraña forma de amar a los seres humanos, y que por actuar así, muchos se han lucrado con las culpas de aquellos que no han querido enfrentar la verdad.



La verdad que nos dictan ahora desde sus predicaciones, me huele a fetiches, a burladores, a cobardes disfrazados de valientes, a mierda, pura y hedionda, en cambio la mía, la quebrantada, la cuestionada, la ignorada por los servidores y meretrices de la zaga evangélica, llena de yagas y heridas desangrándose, me parece más consecuente, con el mundo que vivimos, con la cárcel en donde nos hayamos, abarrotados de miserias, de niños muriéndose de hambre, de hombres encerrados en jaulas de hierro sin posibilidad de rehabilitarse, de hombres que ganan millones frente a otros que no alcanzan a vivir a diario con un solo y podrido dólar, con esa clase de injusticias nutriéndonos el alma, ¿debemos conservar aún nuestras esperanzas y convicciones en el porvenir sin haber visto a Dios procediendo para que las cosas en el mundo de hoy, mejoren en algo? Me temo que no, no estoy disponible a vulgarizar aún más mi existencia ni la de los míos por condescender con tamañas mediocridades, el hacerlo puede significar una gran deserción para el Cristo que hay dentro de mí, al que la religión no ha podido cambiar, al que las predicaciones y enseñanzas de Lucas Márquez o los cantos de Marco Witt no han podido alterar, en nada, tengo la más absoluta convicción de que Él, este Cristo que mora en mi humanidad, es diferente al de las alturas, al que la religión respalda con su impertérrito silencio, de otra forma, estaría escribiendo otras cosas, otra sería la historia, y yo, por latino y tercermundista que sea, no voy a cambiar en nada lo que creo y pienso solo porque tú, podrido predicador y cantante de la miseria actual, has dicho a este mundo que Dios nos ama cuando, en tu propia Patria, en tu propio México querido por todos nosotros, la sangre corre y se amontona sobre los cuerpos de los seres humanos que tu propia indiferencia desea que olvidemos.

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